jueves, 3 de abril de 2008

22. Muerte

El Crimen Perfecto
por Carlo Cardez

Después de casi 30 años de vivir con ella, la vio una vez más en la cama y se dio cuenta de que la había matado.
Nadie nunca iba a sospechar de él. Los que los conocían y los que los habían conocido podían decir que él siempre la había querido. El no era de los que envidiaba a otras parejas, en todo caso, siempre los habían envidiado a ellos. Desde la primera vez que los vieron juntos, nunca más los volvieron a pensar a el uno sin el otro. Y esta historia era contada por los demás, no por él. Nunca nadie le conoció interés por otra mujer. Sí hubo mujeres que se interesaron por él, pero siempre atraídas por la forma en la que hablaba de su familia, atraídas por el deseo de tener lo que él daba a otra.
No se inventó viajes de placer disfrazados de negocio. No trabajaba a deshoras en lugares en los que se brinda con vino tinto. El perfume de sus hijas nunca fue el pretexto de perfumes ajenos. Nunca tuvo que esconder teléfonos o recados inoportunos, de esos que aparecen de repente en sacos poco usados. En casa nunca levantó la voz mas que para reír amplio y largo. No levantaba las manos mas que para dejar entrar cuerpos y sumirlos en grandes abrazos. Adoptó a su familia política con tanto cariño como lo adoptaron a él y así se hizo de hermanos y hermanas, y tuvo más de una madre que se sintiera orgullosa de él y más de un padre para pedir consejo. Igual ella.
Casi 30 años en los que vio amigos entrar y salir de su casa con diferentes mujeres, a veces diferentes hijos. Los que estuvieron con ellos cuando los tiempos no eran tan buenos, sabían que fue entonces cuando más fuertes fueron. Los vieron soportar juntos y sufrir juntos cuando la familia se hacía más chica, y los vieron llorar juntos también, cuando se les hacía más grande.
Nunca nadie iba a sospechar de él. No en una casa en la que no faltaba algo que hiciera recordar su vida juntos. Muebles que se transformaron a necesidad, fotos de sus juventudes y de todos sus tiempos. Recuerdos de viajes en los que paseaban su felicidad.
Pero la veía ahí tendida en la cama y no comprendía cómo pasó todo. En la misma cama en la que compartieron tanto. Cenas, sexo, hijos. La misma que llegó para sustituir a la que por accidente se convirtió en el lugar en el que su perra parió. La misma perra que ahora vieja estaba parada junto a él, como siempre, esperando a que se pusiera la pijama antes de saberlo seguro e irse a dormir. Pero esta noche todavía no había pijama, así que ahí seguía de pie junto a él, también de pie, viendo a la mujer que mató.
“Creo que tenemos que hablar” dijo ella. Y él se dio cuenta de que ella sabía que la había matado. Todavía no sabía cuándo pero estaba dispuesta a averiguarlo. Así sin pistas, sin motivo, sin alevosía, sin cómplices. Sin dejar rastro ni huella y después de tanto tiempo, ella lo había descubierto. La había matado hacía 15 años y se odiaba por eso. No importa cómo se encubra tarde o temprano la verdad siempre encuentra una forma de revelarse. Porque aunque aún haya quien piense que es posible, no existe el crimen perfecto.

No hay comentarios: