A propó de la foto de los borregos y del comentario recibido, vino a mi mente la historia de "Ronni y Donni".
Hace ya más de 15 años llevaron a dos borregos a mi casa para una comida para festejar mis 17 y los 14 de mi hermano, ¿o fueron 18 y 15?
Al final del jardín en casa de mis padres, justo en la esquina del lado izquierdo, se construyó un horno para barbacoa ¡debajo de la tierra! El horno fue construído de acuerdo con las indicaciones de "expertos chefs de barbacoa". Aquélla mole blanca de cemento, con dos tapas de lámina, era en realidad un pozo que tenía alrededor de 1 metro o dos de profundidad. Y en donde según las antiguas recetas debería ser cocinada la blanda carne de dos carneros para dar de comer a los más de 100 comensales que iban a llegar la tarde de aquél sábado de octubre.
En esas épocas trabajaba en casa de mis padres un Señor que se llama Ángel Vázquez, oaxaqueño de orígen, de Putla. Don Ángel ayudaba a mi mamá con la casa, principalmente con la cocina, pero se creó una leyenda de que "en casa de los González tenían un cocinero oaxaqueño", cosa que sonaba muy pero muy chic. Siempre nos dió risa, pero nunca corregimos. Don Ángel no era un gran cocinero, hacía tinga sin tinga y cosas raras, pero aún así estuvo siempre al pie del cañón con su mandil naranja fosforescente de plástico, su interminable cigarro en la boca y su pala de madera. Tenía el pelo cano desde siempre y la piel morena grisásea, las cejas pobladas y unos bigotes como del tío sam pero entre blancuzscos y amarillentos por la nicotina, sus manos eran duras y callosas como las de un campesino, aunque nunca supe si trabajó la tierra, creo que Don Ángel siempre ha sido hierba de ciudad. Don Ángel era más bien bajito, no pasaba del metro sesenta y el mandil le incomodaba los pasos al caminar, pues era de plástico duro, cuando daba pasos el plástico sonaba y se podía percibir como rozaba contra su pantalón de casimir. Cuando salía a "arreglar algún asunto a la calle", se quitaba el mandil y lo colgaba detrás de la puerta de la despensa, Don Ángel manejaba su Datsun gris ´73 con una gorra del F.B.I. y un walkie talkie en la mano. Ése era Don Ángel. Su esposa, una señora bajita y gordita de ojos verdes claros, como aguamarina, con una voz muy tipluda, de las que duelen, era, según recuerdo de Hidalgo, de donde la barbacoa es un plato típico. Su padre, osea, el suegro de Don Ángel, era "chef de barbacoa", según nos enteramos.
La historia de los borregillos comienza un viernes al medio día. En prepa podíamos salir temprano si no teníamos clases, y ese viernes alguien faltó o algo pasó pero salimos temprano, una amiga, M., y yo fuimos a mi casa, no sé a qué, a recoger algo, no recuerdo. Cuando llegamos nos encontramos a dos felices borregos brincando en el jardín de mi casa y comiendo pastito.
M. los vió y como yo, se acercó a acariciarlos, yo ya sabía cuál era el objeto de su visita, y no quise encariñarme con ellos, pero M. no. No era la primera vez que había animales exóticos en mi casa, tuvimos un par de zorros, un cocodrilo y hasta una iguana, entre otros. M. pensó que sería otra mascotita y me preguntó que cómo se llamaban.
- Pues no, no tienen nombre M.
- ¡¡Ah pues hay que ponerles uno!!
- pues si.... mmm, no se me ocurre nada güey.
- ¡ya sé! Ronni y Donni como los siameses del circo, ¡¡ja ja ja ja!!
- ¡ja ja ja ja ja! órale, esta bueno el nombre güey. Bueno vamos arriba.
Total que subimos y nos volvimos a ir, seguramente a Vip´s de San Jerónimo o al New York Deli.
Regresé por la tarde.
The Texas Chain Saw Massacre es una pendejada alado de lo que era el patio de mi casa. Había sangre por todos lados, lozeta, margaritas, barda, horno, Don Ángel, mandil naranja, esposa, suegro, cuchillos, tinajas, puertas de vidrio, trapos, toallas, manos, caras, todo, todo estaba bañado en sangre. Los borregos colgaban de las patas, no recuerdo exactamente de dónde. Un hilo rojo prúrpura, denso y brillante colgaba de sus cuellos y derramaba en unas tinajas de plástico que recogían su sangre, sus cuerpos, antes ágiles y blancos, estaban batidos de sangre y tierra, y los de los tres carniceros también.
Ronni y Donni habían sido muertos para hacer una deliciosa barbacoa con la que todos, menos M., nos chupamos los dedos al otro día. Cabe mencionar que M. se volvió vegetariana, y eso que ella no volvió a mi casa el viernes por la tarde.
Receta:
El pozo debe ser recubierto por una capa de piedras que deberán ser calentadas el día anterior. La carne seleccionada, preferentemente un carnero adulto, (junto con algunas partes de visceras) debera ser ligeramente quemada, especiada y normalmente envuelta en pencas de maguey. Se coloca un recipiente sobre la cama de piedras que servirá para captar el jugo que la carne despide durante su cocimiento y que se conoce como consomé. Se recubren ambos y el horno se tapa ya sea con las mismas pencas, piedras y/o una capa de tierra. Se enciende un fuego encima de este en el cual se utilizan diversos materiales (usualmente leños de madera de ocote) y se deja cocinar por alrededor de 12 horas.
¡Buen Provecho!
Geraldina González de la Vega
martes, 18 de marzo de 2008
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