miércoles, 22 de abril de 2009

2. Muerte

Como todas las mañanas bebió el último sorbo de café con leche que Lucía le había preparado. Se había comido todas las galletas María sopeándolas en el café, para hacerlas aguaditas; así le sabían mejor, como cuando era niño y las remojaba en leche fría. Se limpió la boca, Fernando cogió su portafolios y el portatraje y se asomó a la cocina donde Lucía hacía los ponches y las loncheras para Luciíta y Fernandito, eran las 7.10am y los niños entraban a clases a las 8.15. Fernando besó a Lucía en la mejilla, "Nos vemos mañana Gordis, cuídate por favor" "si Cielito, tú también, te llamo en la noche desde el hotel ya en Zaragoza".
Fernando salió de la casa, abrió la portezuela de atrás del Pointer negro y colocó bien extendido y con mucho cuidado su portatrajes, el portafolios lo asentó en el piso, entre el asiento del copiloto y el asiento trasero. Se quitó el saco y lo colgó en un gancho que después colgó en el gancho de arriba de la ventana trasera. Cerró la puerta y se subió al asiento delantero. Bajó la ventana pues a pesar de ser muy temprano, sentía un bochorno, este mayo había sido muy caluroso y húmedo. Entre Querétaro y Zaragoza habían solamente 200 kilómetros de manera que el camino no era muy largo, era mejor salir temprano para evitar el sol de mediodía, además así acabaría de ver a los de la constructora y a los de la mina hoy y podría volver a Querétaro mañana por la mañana.
Encendió el carro, el volúmen del radio estaba a todo lo que daba, seguramente Fernandito se había subido ayer con sus cuates a oir música, como todas las tardes. Actividades de cuando se está en esa edad puberta. Fernandito y sus amigos pasaban en un sólo día de andar en patineta y rodar por las banquetas, a disque fumar y oir música en las tardes, para conversar con las chavas de la colonia. Fernando bajó el volumen con los dedos tensos del susto y enojado presionó "eject" y salió el CD de Juanes, Fernando lo sacó y lo aventó al asiento de alado. El carro olía a cigarro. -Al menos no huele a alcohol o mariguana-, pensó. Metió primera y suavemente sacó el clutch y abandonó la calle para pasar por la caseta del vigilante, al que saludó con la mano al pasar entre las rejas enormes de herrería, bajo el letrero que dice "Los Faroles". Dió vuelta a la derecha, por la avenida que lleva a Gerber, y siguió con rumbo al entronque Villa del Pueblito, de ahí "nomás unas dos horitas pa´Zaragoza".
Ahí por el entronque de Ituribide sintió ganas de hacer pipí, paró en un camino de terracería donde había un tendajón "La Pasadita" y se estacionó, bajó del carro y se dirigió a la tiendita, allí pidió a la mujer las llaves del baño. Mientras abría la puerta escuchó un ruido en el cielo, volteó y divisó a lo lejos un avión, y sin pensar más entró por una puerta de madera desgastada y amarilla que decía "baño unisexo, pida las llaves en la tienda después de su consumisión". Fernando se lavaba las manos cuando el ruido se hizo estruendo, el pedazo de espejo que colgaba de un hilo sobre la pared de azulejos blancos percudidos vibraba junto con la imagen de Fernando, quien la veía como queriendo descifrar lo que sucedía, mientras, frotaba sus manos en el agua helada que salía de manera pausada -como a escupidas- del grifo del lavamanos verde menta. Los charcos del piso vibraban y reflejaban con cierto ritmo la luz del sol que se metía por entre las ventanas semicerradas y por debajo de la puerta de madera. Depronto esa luz se extendió por todo el baño, se metió como una ola naranja y violenta por las ventanas y por la puerta, Fernando no pudo moverse. El estruendo terminó en un fortísimo estallido que al mismo tiempo quemaba la piel de Fernando y cegaba su vista.
El avión se estrelló y Fernando murió calcinado.

Geraldina González de la Vega

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