miércoles, 22 de abril de 2009

3. Muerte

Ricardo se levantó con una cruda impresionante. Sentía que su cabeza era la más grande del mundo, que le punzaba y latía, le pesaba y le ardía, la sentía hinchada y vacía, no podía moverla ni pensar. La luz le dolía como un alfiler clavado en su pupila, como martillos en las sienes, el ruido de los pajaritos en los árboles junto a la ventana sonaban como alarmas de incendio. El zumbido en los oídos era inaguantable, hacía que vibraran ambos lados de su cabeza y no podía acostarse de ningún lado. La almohada era como un tabique dentro de una funda de flores amarillas y verdes. Intentó acostarse boca abajo, pero no podía respirar de tanto que había fumado, el estómago le ardía y el aliento todavía le olía a tequila "Sombrero".
Había sido una juerga de las buenas, no muy diferente a la de la semana pasada con los del intercambio de Puebla. Ahora habían ido a "Bandido´s" junto con los -y las- del departamento de ventas de Brasil, los mexicanos tenían que poner el "buen ejemplo" y mostrar a los cariocas como toma tequila un hombre de verdad. Bailaron --vertical y horizontalmente-- hasta que el cuerpo aguantó, pues del Bandido´s se fueron a casa de Jochen Schulz, un soltero metrosexual que hacía fiestas todos los fines de semana. Jochen vivía en una enorme casa con alberca, sala de fiestas y 8 recámaras. La fiesta para Ricardo duró hasta que el autobus 701 llegó puntual a la parada de "Kastanienstraße" a las 4.28am para hacer su recorrido perezoso por la zona residencial. Ricardo buscó las llaves en el fondo de su saco, las que junto con su celular, en el trayecto de la casa de Jochen a la parada del autobus, estuvieron a punto de resbalarse de su resguardo 8 veces. La cartera estaba en la bolsa trasera del pantalón, del lado derecho. El anillo estaba guardado en el monederito de la cartera.
Ahora Ricardo estaba arrojado en su cama, en calzoncillos y camiseta. La colcha no lograba taparle los pies, pues se había echado el edredón al revés. Sin querer mover la pesada cabeza ni abrir los ojos, tocó al lado derecho de la cama, en donde se dió cuenta que no había nadie; luego con la mano izquierda alcanzó el buró, a tientas, como buscando, fue localizando una a una sus pertenencias, encontró la cartera, el celular, el reloj, la corbata, las llaves; se tocó con el pulgar el dedo anular izquierdo y se dió cuenta de que no traía su anillo. Agarró la cartera con un movimiento brusco, y su brazo cayó al lado izquierdo de la cama, y su cara estaba apachurrada hacía el lado derecho contra la almohada. Ricardo se incorporó con mucho trabajo y mucho cuidado. Se sentó en la cama y buscó en el monederito de la cartera su anillo, y ahí estaba como siempre, como todos los fines de semana desde que se casó. Ricardo se lo colocó a la fuerza, se lamió el dedo y lo presionó hasta el fondo. Se rascó los testículos y volteó a la derecha a la izquierda, no había signos de ella, ni de su perfume. Se mareó. Se incorporó y volteó a su buró para tomar un vaso con agua de la jarrita de noche que siempre le ponía, no había nada.
Bajó los pies de la cama, los calcetines negros y los calzoncillos de rayitas azules le daban un aspecto de fodonguez, los ojos hinchados y rojos, brillantes, la boca hinchada y seca, los pelos parados, la barba crecida, destilaba alcohol, olía a cigarro, sexo y sudor. Se olió las axilas, se rascó las nalgas y gritó: ¡Amanda! ¡Amandaaaaaaa! carajo ¡Amanda, dónde estás?! Esta pinche vieja dónde anda ahora, si ni conoce a nadie aquí.
En ese momento sintió un dolor tremendo en el talón, jaló el pie hacia adelante con un grito agudo, ¡Amandaaaa! Al mismo tiempo que jalaba la pierna por el muslo para revisarse el pie, vió cómo entre el edredón que colgaba de la cama, y el tapete color crema, se deslizaba una víbora oscura. Ricardo gritó horrorizado y desesperado ¡Amanda! mi amorsito Amanda, porfis ven ¡Amanda ayúdameeee! En ese momento comenzó a sentir un sabor metálico, entró en pánico. La víbora reptaba por el piso del cuarto, como queriendo salir, pero la puerta estaba cerrada. El teléfono estaba en el pasillo. Cogió su celular. Ya no tenía pila. Volvió a gritar ¡Amanda! ¡Amandaaaaa ayúudameee! La habitación comenzó a dar vueltas, todo estaba borroso. Ricardo comenzó a sentir que no podía coger aire, cada vez que inhalaba entraba menos aire, comenzó a entrar en pánico, gritaba ¡Amanda! ¡Ayuda! ¡Hilfe! y entre más gritaba más se mareaba, no podía ver nada, ni siquiera intentar correr hacia la puerta para huir y hablar a la policía, a los bomberos. No veía, ya no sentía hasta la cadera, el cuarto se movía en círculos, parecía que estaba metido en el centro de un ciclón, todo daba vueltas, sentía que el corazón se le salía del pecho, una taquicardia dolorosa. Después de varios minutos, cayó abatido en la cama. La víbora reptó de nuevo abajo de la cama...Ricardo, el esposo de Amanda, había encontrado la sorpresa.

Geraldina González de la Vega

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